Heroicidad ganadera

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1976

Es un hecho, a pesar de que la pandemia ha dado esperanza a algunos  pueblos sumando habitantes atraídos por una calidad de vida que ellos creían limitada y que las restricciones de movilidad por la Covid-19 ha convertido en idílica: la población rural cae. Las nuevas iniciativas empresariales tienen un bajo índice de continuidad y, en este contexto, las mujeres son las más perjudicadas estadísticamente. Pero hay un buen número de ellas que encaran el pesimismo con decisión, que no se amedrantan ante el trabajo duro y las vicisitudes que implican vivir de lo que producen los animales o la tierra, dependiendo de las condiciones climatológicas y el bienestar animal. Ganaderas y agricultoras, que piensan que su futuro está en apostar por el campo. Parecen hechas de una pasta distinta, y en este caso no es un tópico. Cuentan, casi siempre con una sonrisa sus dificultades, sus esfuerzos, las dudas con las que lidian cotidianamente. Su sonrisa se agranda cuando hablan también de las razones -calidad de vida, costes, la sensación de ser dueñas de su propio destino, conciliación, tradición- que les llevaron a escoger una vida a contracorriente. Todas ellas aportan a su entorno un cuidado en el detalle y una capacidad de trabajo que  marcan la diferencia. Y es que quienes  dividen el trabajo entre intelectual y físico está claro que no han visto de cerca todo lo que tienen que hacer las manos que nos dan de comer.

Es difícil seguirle el ritmo a Amparo Feito Feito. Se levanta antes de las 7 de la mañana para limpiar, alimentar y así ordeñar las vacas. Finaliza para despertar a sus pequeños, llevarlos a la parada del bus escolar a unos cuantos cientos de metros del hogar, hacer las gestiones burocráticas que ahogan -cada vez más- a los ganaderos,  atender al camión cisterna que recoge la leche o sacar purín con el tractor si toca, cuidar del hogar y de Josefa, su madre, ir a buscar a Alejandro y Sara que ya vienen de vuelta del colegio a las 3 y media de la tarde, darles de merendar, hacer deberes, y un sinfín de quehaceres que se suman jornada tras jornada y que  la llevan de vuelta a la cuadra para limpiar ubres y volver a catar sus 31 reses entrada la tarde: “ahora no tengo recría porque no tengo tiempo material para su manejo”. En un futuro, no descarto “volver a criar Asturiana de la Montaña, raza que ya toqué durante dos años y de la que me tuve que deshacer cuando mi madre enfermó”. Y así vuelta a empezar, los 365 días del año, salvo en verano que las reses salen al pasto y las tiene que acercar a la cuadra, con ordeño directo, para su manejo.

En la Ería, municipio de Villayón, está la ganadería Casa El Rozo. “No pensaba quedarme con la explotación  por la incertidumbre que te da vivir del campo”, pero a sus 18 años decidió ponerse al frente: “mis padres coincidieron en el hospital por dolencias que les impedían seguir con la actividad y decidieron vender. Cuando quedaban 10 vacas y 9 ‘xatinas’ les dije que no se deshicieran de más, que me iba a poner a trabajar en la ganadería”. Hoy, “soy la única ganadera sola al frente de una explotación en el concejo”, ríe.

No fue tanto por vocación, siempre convivió con animales pero entre sus expectativas no estaba la titularidad de la ganadería como por “valor sentimental. Me daba mucha pena”, y ante la posibilidad de que “acabase la casa” se incorporó al sector a pesar de la insistencia de sus padres para que continuase estudiando. Cuenta que su abuela paterna, Amparo, incluso “pidió en el testamento, que yo leí años después, que continuase vigente la explotación agrícola”.

Evolución

Comenzó entregando a Central Lechera Asturiana 300 litros de leche, y “sobrevivir con eso fue muy complicado. En aquel momento, los mejores animales ya no estaban y cotizábamos a la Seguridad Social mi madre, mi padre y yo. Aun no sé como lo superamos. Se nos iba el dinero”. No se rindió, y fue evolucionando hasta hoy, sorteando duros obstáculos personales y laborales, que despacha unos 1.600 de litros cada segundo día. “Llegué a no tener ninguna fe en mi. Los inicios fueron muy difíciles, y gracias al apoyo de amigos”, entre los que se encuentra el ganadero Isaac Pérez, Barreras, y su familia, “estoy muy orgullosa de mi misma, por lo que conseguí y por salir adelante. Me armé de valor. Había que tirar para adelante, y tenía dos motivos muy importantes para hacerlo: mis hijos”.

Cuando le preguntamos a Amparo dónde se ve en el futuro ella nos contestó, rotunda y sin dudar, “aquí donde estoy, con la ganadería”.