El medio rural, en el que habita el 20% de la población española -a pesar de abarcar el 80% del territorio nacional- se deshabita a marchas aceleradas poniendo en peligro la subsistencia del entorno y con él las actividades económicas claves como la producción alimentaria. El empleo es un factor estratégico para el desarrollo de esta denominada ‘España vaciada’, pero las oportunidades, muy ligadas a empresas familiares, escasean. En este contexto, ¿quién osa a emprender en una tierra de la que parece haber huido todo el mundo? Pues bien, vivir en el campo ya no es un freno. Tradicionalmente, los pobladores de las zonas rurales se consideraban ciudadanos de segunda por la privación endémica de equipamientos y servicios básicos y, en definitiva, de oportunidades. Aunque es verdad que diversos estudios demográficos continúan constatando un desequilibrio entre el crecimiento de las grandes urbes y los pueblos y la regresión de los enclaves más pequeños y con peores accesos, no es menos cierto que la marca rural comienza cada vez a ser más apreciada o, al menos, ya no se utiliza de un modo despectivo. Es real que el medio rural asturiano se ve afectado por incontables inconvenientes, carencias por ejemplo en conectividad, pero tiene futuro. Hay futuro. La clave: la diversificación. Y hay un ejemplo manifiesto, premio Mujer Rural de Asturias 2020 que impulsa desde hace tres años la Red Asturiana de Desarrollo Rural -READER-: Inmaculada Adeba Vallina.
Natural de Avilés, llegó a Oneta, concejo de Villayón, allá por 1984 de la mano de su marido, Benito Garrido Mora, destinado allí como veterinario rural. “En el campo, si algo nos hace libres a las personas es la capacidad de trabajar y de ser autosuficientes pero no en contra de nadie sino agrupándonos en la unidad familiar”, resalta la galardonada: “el premio que he recibido en persona lleva el nombre de todas esas familias organizadas por mujeres, pilares maestros de tantas casas que permitieron hacer de nuestra región, con mucho esfuerzo y mucho trabajo, un espacio que se disfruta como un paraíso”. Son muchas las mujeres que marcaron a Inmaculada, pero sobresale el recuerdo de su madre, Ana Vallina, maestra rural en los años 50, y que a pesar de vivir en zona urbana creó en su hija el vínculo por el campo y el arraigo al territorio rural empapándola desde la cuna de sus tradiciones y costumbres. De hecho, estudió Biología “por buscar una respuesta a todas las preguntas que me encontraba en el medio natural”.
Tras convertirse en madre y darse cuenta de que “a mis hijos los tendría que criar otra persona” dado que las posibilidades laborales la mantendrían fuera de casa todo el día “decidí hacerme ganadera”. La adquisición de un caballo pura raza árabe por afición fue la base de su emprendimiento rural. “Compramos una finca” y así, comienza su aventura con la cría de equinos de élite. Hoy, hotel rural y yeguada Albéitar. “El secreto de sobrevivir en el campo es no poner todos los huevos en la misma cesta. Vamos despacio pero vamos avanzando: cuando tenemos un negocio que funciona abrimos otro”, apunta, y explica que “tuvimos que empezar de cero. Estamos donde estamos porque llevamos trabajando 35 años los 365 días del año en lo que nos apasiona”.
Tesón, constancia, trabajo duro junto con el aprovechamiento de un sector vital para la soberanía alimentaria le hicieron tejer una red de servicios que además de ser su medio de vida revaloriza a su entorno y da esperanza a los enclaves más disgregados.
Su gestión es todo un ejemplo, que hoy comparte con sus dos hijos, Benito y Borja: ellos quieren quedarse en Oneta, “y como hay una proyección de futuro seguimos diversificando”. Y es que para Inmaculada, “una familia en el campo es un ejemplo de innovación, cooperación y diversificación”.
Constituidos en sociedad, regentan un hotel rural en la vertiente de agroturismo y un restaurante donde Inmaculada se encarga de los fogones: “la cocina es una arte. Es el único imprescindible, todos tenemos que comer”. Asimismo, entre sus quehaceres se encuentra mostrar a sus huéspedes la realidad del día a día en el medio rural, como la actividad en la ganadería o su gran pasión: la cetrería.
En el futuro próximo
Pero la capacidad emprendedora de la familia no se posiciona aquí, sino que continúa avanzando. Cuentan con una cuadra caprina de 700 cabezas -con capacidad para 1.000- para la producción láctea: “es otra forma de tener una rentabilidad. Es un ingreso ajustado pero continuo”, y que en un futuro, ya proyectado, aspiran a inaugurar su propia quesería. Además, cuentan con un colmenar cuya miel artesana ofrecen en su restaurante y cuyo excedente comercializan íntegramente entre sus hospedados. Sin olvidar, la cría de vacas de raza Angus.
A todo esto, hay que agregar que están trabajando en otros proyectos como la puesta en marcha de una planta de compost para la comercialización de los desechos de la granja de cabras, la elaboración de sidra con manzanas de una pomarada “que nosotros mismos, con nuestras manos, plantamos”, o la plantación forestal de castaños y avellanos para el aprovechamiento frutícola productivo.
“Todos somos capaces de hacer todo, independientemente de nuestro género, que nadie te imponga lo que debes hacer si no quieres, ya que la condición la marca la formación y la libertad para elegir, no el sexo de las personas”, aseveró Inmaculada durante la entrega de premios.