El trabajo en el campo ha estado tradicionalmente vinculado a los hombres. Ellos han sido los agricultores y ellos han sido también los ganaderos, los que han estado al frente de las explotaciones agrarias en un sector masculino donde la presencia de la mujer, aunque ha sido constante, esencial e imprescindible, ha estado relegada a un segundo plano. Hoy, son ellas las que mantienen la supervivencia en el medio rural, las que claman no solo por su reconocimiento sino también por el de sus antepasadas. “Aún estamos muy invisibilizadas pero cada vez hay referentes más visibles”. Jóvenes, formadas e independientes, con las ideas claras y ajenas al qué dirán que creen en el futuro de estos oficios ancestrales y en el abanico de posibilidades de subsistencia que ofrecen. El envejecimiento de la población en las zonas rurales y la progresiva pérdida de habitantes en los enclaves más pequeños en favor de las zonas urbanas se han convertido en uno de los principales retos de las administraciones a la hora de garantizar un relevo generacional que asegure el futuro del territorio. La base, sin ir muy lejos, podría hallarse en la formación: “a mí en el colegio nunca me dijeron que podía ser agricultora, y siempre quise tener una huerta”.
Y es que, “hace falta ver el lado bueno del trabajo de campo. Tenemos la visión de que la labor en el sector primario es una explotación y que es muy esclavo. Y lo es, al igual que cualquier otro trabajo de autónomo. Sin embargo, es más agradecido, el entorno es más agradable y los ritmos te los marcas tú y la climatología. La conciliación es más fácil. El trabajo lo tienes que hacer, pero te organizadas como quieres. Eres más consciente de cómo funciona la vida”, subraya Lucía Díaz Fanjul.
De hecho, esta emprendedora asegura que la agricultura “es lo que más futuro tiene. El consumo de productos locales en Asturias es menos del 10% de todo lo que se produce. Hay un campo de crecimiento brutal”.
Una de las principales causas de este abandono del entorno rural se produce en el momento que los jóvenes autóctonos se ven con la necesidad de tener que abandonar sus lugares de origen y emigrar a la ciudad o capital de comarca para continuar con sus estudios y este distanciamiento acaba rompiendo el vínculo con el territorio y haciendo más difícil el camino de vuelta. Sin embargo, siempre hay excepciones. Existen personas que desde su niñez ansiaron “tener pueblo”, y un día el futuro y su capacidad para emprender les dirigieron hasta él. Lucía es natural de Gijón, “y toda mi familia es de allí. De pequeña era la única entre mis amigos que no tenía pueblo y me parecía súper injusto; en verano ellos se iban y yo no tenía donde ir”-ríe-. “Soy la primera generación de mi familia que tiene un cacho de tierra”, explica con un matiz de orgullo. De cara al futuro, “me parece muy importante poder dejarle a mi hija, Naia, una tierra en la que ella pueda hacer lo que quiera; desde comer hasta desarrollar todos los proyectos que se le puedan pasar por la cabeza”.
Quizá fue simplemente el destino lo que la llevó hasta Cabranes -donde reside-, pero hoy su hábitat es sin duda el medio rural, en el que cree y por el que apuesta. Comenzó con una huerta de autoconsumo como parte del colectivo ‘Escanda’, en Ronzón, en el concejo de Lena, donde “a nivel personal estaba muy a gusto pero allí no podía seguir creciendo”, para el año pasado establecerse en solitario a nivel profesional en el municipio de Villaviciosa. Una explotación en ecológico compuesta por tres fincas, con espacio para un invernadero, que suman una hectárea y que se rige por los productos propios de cada temporada que comercializa a través de cestas semanales de venta directa al cliente y abastece a diferentes grupos de consumo. Asimismo, dispone de una pomarada de 12.000 metros cuadrados. “El trabajar la huerta a mí me encanta. No es solo una actividad con la que pueda sacar un dinero sino que es lo que realmente me gusta”. Y es que, “el saber que eres lo más autosuficiente posible a nivel alimentación te da una seguridad”.
No olvida el origen. Destaca la importancia de espacios como ‘Escanda’, que te ofrecen la posibilidad de un acercamiento a lo rural desde lo urbano. “Yo cuando salí de Gijón no sabía en qué fechas tenía que plantar ni lo que suponía ir a por leña, y así mil detalles que son culturales y que son necesarias para vivir en el pueblo”.
Desde la semilla
A sus 37 años, es una autentica activista de la soberanía alimentaria. Su apoyo y convicción comienza desde el origen: la semilla. Forma parte de Biltar, una comunidad dedicada a recuperar y reproducir variedades de semillas libres en el entorno asturiano. “Trabajamos mucho en buscar variedades locales que son típicas de aquí, que se dan bien, y que están adaptadas a las condiciones climáticas. Son variedades libres. Es decir, no degeneran aunque la reproduzcas”, al contrario que la simiente comercial. “La huerta no es solo algo que me apasiona sino que me proporciona satisfacción a muchos niveles. A nivel político me permite hacer cosas que de otra manera que no habría en mi día a día”.
Licenciada en Periodismo, estuvo casi 10 años fuera del Principado regresó al conseguir una beca de la Fundación Biodiversidad para trabajar en una agencia de noticias -su actividad periodística siempre estuvo ligada al medio ambiente. De hecho, la formación la completó con Comunicación Ambiental- y después de 12 meses decidió dejar atrás un oficio que no quería para ser feliz: “me daba la sensación de que me pasaba la vida corriendo detrás de la gente en sus despachos siguiendo la agenda política y que aquello estaba totalmente alejado de la realidad”.