Nos es habitual escuchar que la situación del medio rural es agonizante. Casi el 60% de los pueblos españoles han perdido población desde principios de siglo. Aunque la pandemia nos ofreció algo de luz prácticamente, la mitad están directamente en riesgo de extinción, según un informe de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP). Sin embargo, en Asturias hay esperanza a pesar de las vicisitudes que atraviesa el censo y el sector agroganadero. Y es que la mujer rural en nuestra región es perseverante, trabajadora, independiente, creativa, ingeniosa, audaz y con las ideas muy claras, como Amparo Fernández López, una de las 344 personas que habitan el término municipal de San Martín de Oscos.
La tasa de empleo rural según género era, en 2011 de 23,3 puntos porcentuales a favor de los hombres, según el primer Diagnóstico de la igualdad de género del medio rural elaborado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. En 2021 esa brecha se había reducido en 14 puntos, hasta el 9%. “Estoy donde quiero estar”, comienza Amparo, quien a sus 18 años, tras la jubilación de su padre, Celestino, se hizo cargo de la granja familiar: la Ganadería Vilarello.
De aquello hace 24 años, cuando la explotación contaba con unas 15 cabezas de la raza Asturiana de los Valles. Hoy Amparo, junto a su marido Pedro, que se incorporó al sector de manera profesional en 2019, manejan, en semiextensivo, 65 madres “que se estabulan en invierno cuando están próximas al parto” más la recría. “Cuando yo empecé se podía vivir con 15 vacas, hoy con ese número una familia no vive”. En la actualidad, y después de gran inversión y apuesta por el sector, en 2021 construyeron una nave para cobijar el ganado con las nieves, “hay épocas mejores y épocas peores. Pero ni mi marido ni yo cambiamos esto y queremos criar aquí a nuestro hijo”. La incertidumbre de los tiempos no la amedrentan, “pasé por varias crisis y cada día nos lo ponen más difícil, especialmente con el tema burocrático y la carne no la pagan a más. El futuro está fastidiado pero cuando trabajas en algo que te gusta y lo haces con satisfacción e ilusión pienso que las cosas, aunque con mucho trabajo, van saliendo adelante”.
La profesión es dura, poco comprendida y que más sinsabores da a quien la desarrolla. Dura porque los 365 días del año, las vacas no entienden ni de domingos ni festivos, se dedican casi en exclusiva a las labores requeridas en las explotaciones, “yo ya no me acuerdo de cuándo tuve vacaciones pero sí reconozco que me permite conciliar”. Menos comprendidas, porque hay un sentimiento no generalizado, pero sí importante, de que la gente del campo vive de las subvenciones, “yo estoy muy orgullosa de ser ganadera. No agacho la cabeza, al contrario, pero sí que hay gente que ve la profesión poco importante”. Y sinsabores, porque no hay una regla de tres que te diga que invirtiendo todo tu tiempo y todo tu capital consigas lo que quieras, pero hay que “luchar por conseguirlo y poder vivir aquí”.
Razas autóctonas
Como novedad, hace unos meses, han introducido en su cabaña la Asturiana de la Montaña. “Fue una raza que empezamos a conocer más de cerca y vimos que es un tipo de vaca más dura, que se adapta mejor al clima de montaña y a condiciones climatológicas más extremas, ya que aquí nieva por el invierno”, explica. Además, “tienen más facilidad de parto”. Con el objetivo marcado de llegar a las 50 reses, cuentan con un toro, cinco madres y dos en recría. Reconoce que su carne “no se valora lo suficiente, no se cotiza a tanto”. Adherida a la Identificación Geográfica Protegida -IGP- Ternera Asturiana, la ganadera explica que deberían de tratar de “destacar más la carne. Intentar ponerla en valor y que el consumidor pague por esa calidad”.