Nos es habitual escuchar que la situación del medio rural es agonizante. Que la España rural está en peligro es una realidad. Casi el 60% de los pueblos españoles han perdido población desde principios de siglo, y prácticamente la mitad están directamente en riesgo de extinción, según un informe de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP). Pero en Asturias hay esperanza a pesar de las vicisitudes que atraviesa el sector agroganadero, las trabas burocráticas y estos datos poblacionales poco alentadores. La mujer rural en nuestra región es perseverante, trabajadora, independiente, creativa, ingeniosa, audaz y con las ideas muy claras, como Astrid Castro García.
Al igual que narra María Sánchez (Córdoba, 1989), veterinaria, escritora y con un proyecto de ganadería extensiva en ciernes, en su libro ‘Tierra de Mujeres, una mirada íntima y familiar al mundo rural’: “me pregunto muchas veces si la infancia es un espejismo. Recurro tantas veces a ella que posiblemente la haya deformado o idealizado. Desde que tengo consciencia de mí misma, he sabido que quería hacerme mayor viviendo como cuando era niña. Volverme adulta haciendo el camino a la inversa, regresar a lo que me rodeaba y me hizo tener tanto apego al campo. Soy lo que soy gracias a mi infancia”. Astrid nació “entre vacas. Siempre me gustaron y son mi pasión, y desde que tengo uso de razón acudimos a los certámenes ganaderos”. Y es que siempre, siempre quedan huellas: “recuerdo que cuando tenía entre 3 y 4 años, venía de La Felguera con mi madre de visitar a mi tía y me empeñé en parar a ver las vacas en la cuadra de mis abuelos en Sotrondio (San Martín del Rey Aurelio). Después de convencerla, paramos y una estaba de parto. Vi a la ‘xatina’ nacer y mi padre me dio la oportunidad de bautizarla, Campanilla, un nombre que elegí por unos dibujos animados”. Este fue su primer recuerdo ganadero, que se suceden a lo largo de sus 22 años. La esencia y el futuro de la ganadera residen en la conservación de la historia de su familia y el respeto al manejo tradicional heredado de sus raíces.
Ella habla con las vacas porque conoce su lenguaje. Aunque se crió en Pola de Laviana y en su casa nadie se dedicaba al mundo rural de manera profesional, siempre tuvo clara su vocación. Una vocación transmitida por su padre, Jesús Castro, que por afición, y continuando el legado del suyo, Porfirio Castro, ya fallecido, comenzó a criar reses de raza Asturiana de los Valles. “En mi casa siempre hubo ganado. Empezó con las vacas de carne mi abuelo que compraba ‘xatos’ al destete y los cebaba para venderlos en las ferias del pueblo”.
Se formó en Ganadería y Asistencia en Sanidad Animal en el Instituto de Educación Secundaria de Luces, concejo de Colunga, pero la incorporación al sector está “muy complicada”. Entre los requisitos “no es solo aumentar en número de animales, que no habría problema, sino ampliar en terreno, aquí está muy complicado y tampoco tengo capacidad económica para invertir tanto en hectáreas. Hay que ser realista, por mucha dotación económica que te den los números no me salen”.
Por ello, su idea de futuro pasa por “continuar con el ganado para no perder la tradición y revaluar el sacrificio de mi padre, al que le estoy inmensamente agradecida por introducirme e involucrarme en el sector, para conseguir la cabaña que tenemos hoy”, pero “hoy las vacas no dan para comer”. Así que “mi intención es encontrar un trabajo fuera de la ganadería y compaginarlo”.
Vacas de certamen
En la actualidad, la Ganadería Castro cuenta con una cabaña de nueve reses Asturiana de los Valles de aptitud normal y doble grupa, “de las que dos están para parir en diciembre”, que pastan por 30.000 metros cuadrados de verde en la localidad aureliana de Paniceres. “Nos gusta tener vacas buenas, de concurso. Desde muy joven, mi padre empezó a participar en los certámenes ganaderos. Comenzó poco a poco, por llevar algo a ver qué tal se le daba y desde entonces no paramos”. Hoy atesoran una de las mejores cabañas de la raza. De hecho, “siempre que participamos en algún concurso, una o algunas de nuestras vacas siempre llevan galardón. Es decir, nunca nos vamos de ningún certamen sin algún premio. Eso es un privilegio”. Y es que para la joven estas citas ganaderas “son una herramienta muy buena para dar a conocer el trabajo diario. No es solo lo que se ve, al animal, sino son horas y horas de dedicación”.
En 2018, Astrid fue imagen de la campaña de la Identificación Geográfica Protegida (IGP) Ternera Asturiana con Castrina: “la elegimos porque su nombre viene de nuestro apellido. Mi padre la compró para mi, mi primera vaca. Por desgracia, ya no está”.