Piezas únicas diseñadas y horneadas en el medio rural

0
1892

Unas manos con ganas de explorar los límites de una práctica milenaria modelan un nuevo rostro a la cerámica. Su técnica sigue vinculada a la tradición pero sus líneas han cambiado. Son modernas, limpias y atrevidas. Ha evolucionado hacia un diseño de primera línea que atrae a un público con un gusto especial por productos únicos. La artesanía es, más que nunca, la clave de la exclusividad. A su peso artístico y cultural, reflejo de oficios ancestrales, se le suman hoy diseños actuales y mayor accesibilidad gracias a las plataformas digitales. La tradición está de moda. Y en Asturias hay cantera.  Su pequeño estudio junto a su casa es una cajita de luz, al igual que, con su permiso, es ella. Toda luz y magia. Reconoce que “yo tenía una idea de Asturias muy complicada, y una idea del mundo rural muy negativa porque yo creo que estudié por no ir hacer hierba”, ríe. “Renegaba de todas las tareas durísimas del campo”. Sin embargo, a mi se me antoja como una de esas personas camaleónicas que son capaces de manejar y revolucionar todo aquello que acarician. Trabaja bajo la marca Woodic, un espacio rural creativo y un taller de productos cerámicos ubicado en El Valle, concejo de Candamo. Un taller abarrotado y con un orden caótico, pero también acogedor y, a pesar de su juventud, vivido. Porque ella también es así. Es cercanía y hogar, pura vitalidad y simpatía. Natalia Suárez nos abre su casa. Nos espera con su familia a las puertas de Woodic, donde conserva gran parte de su archivo y pruebas que ha utilizado para experimentar con materiales, perfeccionar diseños y multitud de encargos. “Yo me considero diseñadora de producto, más que ceramista. Genero productos que puedan tener demanda, a mayor o menor escala, los vendo por internet (www.woodic.es) o, a todo el mundo interesado que viene al estudio les intento enseñar cómo funciona esto del barro”.

Y es que, se instaló hace cuatro años en el municipio candamín, junto a su marido, Mauricio, y su hija, Nora. Ceramista y diseñadora gráfica tenía junto a su pareja una carrera profesional extraordinaria en Barcelona, donde residió 22 años. “Nunca me había propuesto volver Asturias hasta que me quedé embarazada, empezamos a plantearnos otro estilo de vida. Con otro ritmo. Coincidió que antes de conocerlo a él había comprado esto para tener mi sitio en Asturias”. El resultado: “nosotros estamos encantados aquí. Yo vine a vivir en el campo pero no del campo. Hay más maneras de vivir en el medio rural que no sean con la idea de labranza o ganadería. Que si la tienes, fantástico pero también puedes ser diseñadora o creativa en un entorno que puede ser súper fértil para ti. Te centras, sin interferencias”. Además, “tengo un espacio. Que en Barcelona no me podía permitir tener un taller de forma independiente”. Nos asegura que sí ha habido un aumento en el interés por los talleres y nos confirma la libertad creativa y emocional que experimentan sus alumnos: “canalizan mucho las emociones. De hecho, yo me decanté por la cerámica porque llevaba más de dos décadas dedicándome a la publicidad y buscaba una opción que fuera parte de las artes decorativas y que me conectara  con las manos”.

¿La elección de la ubicación? “Yo no conocía ni la zona. Era forastera en mi tierra. Cuando volvía era para visitar a la familia no para hacer turismo pero El Valle estaba cerca del aeropuerto”. Natural de Laviana, creció a entre Pola de Laviana y Villoria. A los 18 años, se fue a cursar los estudios de Bellas Artes a Bilbao y, luego a la Escuela de Diseño a Barcelona. Revisiona la alfarería utilizando tecnologías 3D para generar prototipos que le proporcionan nuevas siluetas. También emplea fresadoras digitales para conseguir plantillas de grafismos para aplicar en la cerámica. “A veces, traspaso la línea entre la artesanía y el producto de diseño, pero es que soy diseñadora de formación. Mi intención es renovar un poco la idea de la cerámica o, de algún modo, hacer mi interpretación. Con una visión diferente”. Su tótem, las tetinas. “Es una de las piezas que más alegrías me ha dado y surgió de la maternidad”.

Natalia Suárez afirma que lo de irse a vivir a un pueblo y emprender en él no es tarea fácil y que precisa de un periodo de adaptación que no todo el mundo es capaz de superar. “Venir a un pueblo es planificar. Emprender en el medio rural requiere más resiliencia y mucha más fortaleza que en entornos urbanos, sobre todo porque hay factores que no se tienen en cuenta como es el aislamiento. Tú cuando estás en una ciudad con un proyecto empresarial con una gente afín, validas constantemente tu idea; cuando llegas al pueblo esa conexión desaparece y tienes que generar tú muchas redes de comunicación para seguir validando esa idea”. Por ello, trabaja para crear redes que conecten a los creadores, y cree es la única manera de potenciar el medio rural. “Aquí quizás ganas menos, pero vives mejor y puedes hacer más. Y eso no lo sabes hasta que estás aquí”.